El pasado 24 de mayo, un conventillo ubicado en la
calle Palacios al 800 del barrio de La Boca (Ciudad de Buenos Aires), ardió en
llamas que alcanzaron hasta veinticinco metros de altura. "¡Se prendió en cinco minutos! Acá vivimos como 5 o 6 familias
juntas", declaró una vecina a los medios.
Tal como indican algunas fuentes, la causa del
incendio parece haber sido un cortocircuito, algo recurrente en aquellas
viviendas donde las instalaciones son precarias. Sin embargo, es posible
afirmar que estas tragedias son producto del hacinamiento, acaso, raíz de los
mayores problemas que atentan contra la vivienda saludable.
En una entrevista al diario Página12[i],
Jaime Sorín, director del Instituto de Vivienda y ex decano de la Facultad de
Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, sostiene que los
conventillos siguen siendo una de las formas de hacinamiento, algo que Bernardo
Kliksberg refuerza en su idea sobre la desigualdad de las personas que nacen y
viven en dichos contextos.
Sorín define el hacinamiento como: “Más de tres personas por cuarto o más de un
hogar por vivienda”[ii].
Si bien una persona necesita de 25 a 60 metros cúbicos de aire para vivir en un
medio respirable, la realidad indica que en los conventillos una familia entera
convive en un ambiente que no supera los 80 metros cúbicos.
Resulta lógico, entonces, no solo que se registren
muchos casos de asma, y de otras enfermedades, dentro del grupo de personas que
habitan lugares en estas condiciones, sino también que se generen incendios como
el ocurrido en el conventillo de la calle Palacios. Lo que sucede es que “los conventillos presentan un alto grado de
siniestralidad”, sostiene Silvana Canziani, miembro de la Comisión de Vecinos de la Calle Irala yAdyacencias.
Si bien el número de hogares en los que se sufre el
hacinamiento en relación a personas por cuarto ha disminuido desde 2001, en lo
que refiere a viviendas aptas la cifra escaló y hoy existen cerca de un millón
y medio de hogares que comparten la vivienda con otro hogar. Estos datos, indica
Sorín, “muestran una situación de
hacinamiento que no se limita a los sectores populares sino que aflige también
a los sectores medios y expresa el problema de aquellos que, al formar una
familia, no acceden a un alquiler o a otra vivienda y deben seguir cohabitando”[iii].
Alcanzar la vivienda saludable,
sólo es posible a través de una estrategia que implica un fuerte compromiso
político, una sólida experiencia técnica, además de una permanente colaboración
intersectorial, un enfoque multidisciplinario y un gran nivel de participación
y acción por parte de la comunidad. Pero lo primero sigue siendo lo más
importante, ya que cualquier persona u organización puede tener la mejor
respuesta a estos problemas, pero “sin la
definición del ejecutivo político”, como sostiene Canziani, todo es mucho
más difícil.
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